Estuve en el recital de Los Redondos, el del quilombo acá en Mar del Plata. Sobreviví a Pappo y a su guitarra bajo una descomunal tormenta eléctrica en una playa del sur. Igual suerte corrí en festivales punk, heavies y en inseguros antros con bandas locales. Pero del único recital del que no salí inmune fue uno de Adriana. INGRESO Llegué con mi hija a la fila, algo así como 150 metros rodeados de entusiastas vendedores de peluches de los personajes creados por la mismísima Adriana: Timoteo, un perro celeste, con la nariz roja como la de un borracho; Michu Michu, un gato amarillo con manchas celestes; Lolo, un loro rojo, sí, aunque usted no lo crea, un loro rojo; y el agasajado Sapito Poing Poing. Todo padre que se digne de tal a esta altura ya tiene que saber sobre una orden judicial que impide a la susodicha Adriana cantar la canción del Sapo Pepe. Por esa prohibición, la artista creó a este intitulado Sapo Poing Poing, que hasta tiene su propia canción, y que básicamente es igu