Estos días tuve la suerte de que me regalaran libros. De esos que te sorprenden, que si los viera en una librería, leería al menos la contratapa y figurarían entre mis pendientes. Así que al tenerlos en mi mano, me emocioné. Una emoción que no tenía que ver sólo con el afecto hacia quien hizo el regalo, ni con la llegada de un objeto deseado. El fin de estas líneas es explorar las raíces de estas sensaciones. Regalar un libro no es cualquier cosa. Se basa en una acción múltiple. Por un lado implica una apuesta de que a la persona a la cual le vas a obsequiar el libro la conocés tanto como para elegirle algo que le puede interesar. Y ese algo son palabras dispersas, significantes inútiles que lo tocarán, le llegarán. De alguna forma le estás diciendo al otro, yo sé de vos, te entiendo. Pero es un conocimiento al menos parcial, o (disculpen el abuso de términos psicoanalíticos) un conocimiento que implica a la falta. Pues con un libro regalado te estoy diciendo yo sé de vos, pero ha