Pequeña participación en la Ronda Literaria Abierta Internacional
En tiempos de argentinismos intensos (La argentinidad al palo, cantaría la Bersuit), quisiera comentar algunas sensaciones sobre los colectivos, ómnibus, autobuses, o como quieran llamarlo. Sensaciones meramente individuales, vale aclararlo. Según el mito, el colectivo es un invento argentino, lo cual engorda a ese nacionalista dentro nuestro que, luego de ganar un mundial, es inmenso. El orgullo por tal invención encuentra, como podríamos adivinar, contradicciones que niegan al nacionalismo exacerbado: que va lleno de gente, que no cumple con los horarios, que aumenta el precio del pasaje, que funcionan mal y otras quejas justificadas sobre un servicio de trasporte público que no cumple con las expectativas de sus usuarios. Quizá en otras partes del mundo haya un mejor funcionamiento. Acaso el colectivo ideal existe en un hipotético primer mundo. No lo sé, pero puedo decirles que he escuchado –y vivido– todas estas injusticias arriba de un colectivo. Y, por lo tanto, podría argüir en
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