Mientras miraba la serie El amor después del amor en mi cabeza había un contrapunto con escenas de la serie Maradona: sueño bendito. Algunas escenas se distorsionaban, se mezclaban, como si las señales de Netflix y Prime Video hicieran un crossover. Me recordaba a mí mismo que eran series distintas, personajes diferentes, con historias singulares, a quienes yo conocía de antemano. Y ese último punto, el de conocerlos de antemano, es el que me lleva hacia estas líneas.
Maradona y Fito Páez son personajes que, para los nacidos en los ochenta, son re contra mil conocidos. Quién más quién menos, los hemos visto en la televisión jugando al fútbol, tocando el piano o lo que sea. Pero, también, en entrevistas. Y ahí fuimos descubriendo características de ellos, de su vida personal, anécdotas. Y algo de eso nos atraía, de saber la intimidad de personas extraordinarias. Descubrir que sus vidas tenían momentos ordinarios era una forma de acercarnos, compartir algo, aunque sea mínimo, con un tipo que hacía cosas que vos jamás podrías igualar.Y ahí El amor después del amor y Maradona: sueño bendito tienen un gran problema, que intentaremos pensarlo si no es el gran problema de toda biopic. Por lo menos en estos dos casos que nos convoca los distintos episodios están basados en anécdotas que fueron contadas quizá adelante de Fantino, o Badía, o por Valdano o por Cóppola, o en el programa de Susana. Es decir, ya sabemos la historia, además con un extra que es el de haber sido contadas por los protagonistas en primera persona. Ahí ubicaremos el problema principal: cómo traducir a un guión y luego a una escena actuada aquello que escuchamos más de una vez.
Por otro lado, es interesante preguntarse por qué queremos ver una serie construida a partir de anécdotas ya conocidas. Me responderán que son vidas extraordinarias, increíbles. Puede ser, pero insisto, ya las conocemos, sabemos de esas cualidades. Recuerdo que Emmanuele Carrérre escribe en su libro Limónov:
“Limónov, en cambio, fue un gamberro en Ucrania; ídolo del underground soviético; mendigo y después ayuda de cámara de un multimillonario de Manhattan; escritor de moda en París; soldado perdido en los Balcanes; y ahora, en el inmenso desmadre del poscomunismo, viejo jefe carismático de un partido de jóvenes desesperados. Él mismo se ve como un héroe y se le puede considerar un canalla: me reservo la opinión sobre este punto. Pero lo que pensé, después de haberme parecido meramente divertida la anécdota de los lavabos de Sarátov, es que su vida novelesca y peligrosa decía algo. No sólo sobre él, Limónov, no sólo sobre Rusia, sino sobre la historia de todos nosotros desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.”
Es decir, para Carrére lo fundamental no es la vida interesante y novelesca de Limónov, sino eso de que hable de todos nosotros. La anécdota personal tiene valor en caso de que sea universalizable. Los historiales de Freud tienen algo de eso, ya que al rescatar la singularidad de sus pacientes, Freud encuentra ciertas leyes universales. Un individuo es todos los demás. Lo único convive con lo general, se retroalimentan. En una partícula está el universo y sus leyes físicas, el tiempo, el espacio, la genética, la historia del Big Bang.
En tal sentido creo que el posible fracaso de una biopic radica no sólo en la dificultad de transmitir algo cuyos protagonistas ya transmitieron, sino en detenerse en la anécdota de seres extraordinarios. Si la biopic no puede mostrarnos en la historia de un personaje algo propio, algo que hable de todos nosotros, está condenada al fracaso. Tengo expectativas con la película Oppenheimer de Nolan, pronta a estrenarse. Ya que Nolan logró contar de otro modo una historia que ya conocíamos mediante su film Dunkerke, donde ya no hubo un protagonista, sino más bien seres anónimos, como vos y yo, teniendo un lugar importante en la historia de la humanidad.
Me parece totalmente acertada tu crítica a la serie .
ResponderEliminarMuchas gracias por tomarte un tiempo para leer
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