Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como Freud

Entre Fito y Diego, las biopics

Mientras miraba la serie El amor después del amor en mi cabeza había un contrapunto con escenas de la serie Maradona: sueño bendito. Algunas escenas se distorsionaban, se mezclaban, como si las señales de Netflix y Prime Video hicieran un crossover. Me recordaba a mí mismo que eran series distintas, personajes diferentes, con historias singulares, a quienes yo conocía de antemano. Y ese último punto, el de conocerlos de antemano, es el que me lleva hacia estas líneas. Maradona y Fito Páez son personajes que, para los nacidos en los ochenta, son re contra mil conocidos. Quién más quién menos, los hemos visto en la televisión jugando al fútbol, tocando el piano o lo que sea. Pero, también, en entrevistas. Y ahí fuimos descubriendo características de ellos, de su vida personal, anécdotas. Y algo de eso nos atraía, de saber la intimidad de personas extraordinarias. Descubrir que sus vidas tenían momentos ordinarios era una forma de acercarnos, compartir algo, aunque sea mínimo, con un tip

Listo para una nueva desilusión

  Se estrenó la nueva película de Matrix. Aún no la vi pero ya coordiné con amigos para ir al cine. La sensación que tengo es rara, pues por un lado me ilusiona una nueva historia de la saga, aunque también tengo la casi certeza de tropezar con una misma piedra. El adolescente que fui allá por el 99 salió del cine desconfiando de todo lo que había alrededor. Tenía una sensación de duda sobre cualquier cosa. Matrix lo había hecho. Esa realidad, hasta el momento tan evidente, me mostraba su costado más incierto. Los sentidos eran falibles. La verdad, arena en la mano. Luego vendrían Platón, Descartes, Freud, Borges y, especialmente, la ciencia ficción dándole un nuevo sentido a Matrix y a esa sensación de una realidad no tan objetiva. Ya que la realidad se convertía en una construcción no desde una conexión a una computadora, sino más bien desde lugares sociales, subjetivos y demás. Por ende, si había una, también había otras realidades posibles. Por lo tanto creo que Matrix es la pelí

Asociación libre post vacaciones

Hoy volví a trabajar. Una casualidad llevó a que gran parte de estos quince días de vacaciones yo estuviera sin teléfono, sin internet. La experiencia fue extraña. No revisar a cada rato redes sociales. Obviar noticias a las que en otro momento hubiese dado atención. Sentarme a mirar la nada. Jugar con mis hijas sin interferencia tecnológica. No estar preocupado por la batería del teléfono. El celular, símbolo epocal de mi rutina, vacacionaba. Pero ese paraíso anti tecnológico enseguida mostró sus fracturas. Se me imponía la sensación de estar perdiéndome algo importante: un comentario de un grupo de whatsapp, el saludo de algún amigo que hace mucho que no veo, la conexión con los seres queridos que están un poco más lejos. Es así que me pregunto ¿qué relación existe entre teléfonos celulares y vacaciones?, ¿qué lugar en nuestra rutina tienen estos aparatos telefónicos?, y, fundamentalmente, ¿cómo entrar y salir de ellos sin morir en el intento? En El malestar en la cultura Fre

Che, regalen libros

Estos días tuve la suerte de que me regalaran libros. De esos que te sorprenden, que si los viera en una librería, leería al menos la contratapa y figurarían entre mis pendientes. Así que al tenerlos en mi mano, me emocioné. Una emoción que no tenía que ver sólo con el afecto hacia quien hizo el regalo, ni con la llegada de un objeto deseado. El fin de estas líneas es explorar las raíces de estas sensaciones. Regalar un libro no es cualquier cosa. Se basa en una acción múltiple. Por un lado implica una apuesta de que a la persona a la cual le vas a obsequiar el libro la conocés tanto como para elegirle algo que le puede interesar. Y ese algo son palabras dispersas, significantes inútiles que lo tocarán, le llegarán. De alguna forma le estás diciendo al otro, yo sé de vos, te entiendo. Pero es un conocimiento al menos parcial, o (disculpen el abuso de términos psicoanalíticos)  un conocimiento que implica a la falta. Pues con un libro regalado te estoy diciendo yo sé de vos, pero ha

El bar

Se podría recurrir a ingenuas comparaciones y absurdas analogías, como que de levantar la quiniela pasaron al diezmo y la limosna; o que de la ginebra y el licor Legui fueron a bendecir el vino para la misa; o que del pool, el sapo y el truco se deslizaron hacia el bautismo y la comunión. Pero insisto, sería ingenuo, superfluo y carente de la metaforización buscada. ¿Cómo es que el lugar que las viejas del barrio odiaban, porque al pasar les gritaban pavadas injuriosas, se convirtió en un lugar por ellas mismas venerado a la hora de juntar ropas para los pobres? Aunque si uno lo piensa bien, el verdadero odio de las viejas provenía de que el bar les quitaba a sus maridos. Los tipos volvían de laburar en el campo y no querían escuchar las pavadas de la novela de turno de Andrea del Boca o las quejas de las maestras por los traviesos hijos. Entonces ahí se construía la verdadera misión del bar, opción evitativa frente a los malestares diarios, escape de posibles querellas marital