Hoy volví a trabajar. Una casualidad llevó a que gran parte
de estos quince días de vacaciones yo estuviera sin teléfono, sin internet. La
experiencia fue extraña. No revisar a cada rato redes sociales. Obviar noticias
a las que en otro momento hubiese dado atención. Sentarme a mirar la nada.
Jugar con mis hijas sin interferencia tecnológica. No estar preocupado por la
batería del teléfono. El celular, símbolo epocal de mi rutina, vacacionaba.
Pero ese paraíso anti tecnológico enseguida mostró sus
fracturas. Se me imponía la sensación de estar perdiéndome algo importante: un
comentario de un grupo de whatsapp, el saludo de algún amigo que hace mucho que
no veo, la conexión con los seres queridos que están un poco más lejos. Es así
que me pregunto ¿qué relación existe entre teléfonos celulares y vacaciones?,
¿qué lugar en nuestra rutina tienen estos aparatos telefónicos?, y,
fundamentalmente, ¿cómo entrar y salir de ellos sin morir en el intento?
En El malestar en la cultura Freud agradece al progreso de
la tecnología ya que ahora puede comunicarse con amigos que están lejos, ya sea
mediante telégrafo o teléfono. Pero, paradójicamente, reconoce que si no fuera
por el progreso tecnológico, aún tendría a sus amigos con él pues no habría ni
barcos, ni aviones que los hubiesen alejado. Ese desarrollo tecnológico así
como permite mantener el contacto, también en un punto es una fuente de
sufrimiento ya que aleja y separa.
En El señor de las moscas de William Golding, un avión cae
en una isla desierta y sus únicos sobrevivientes son unos niños de una escuela
británica. En esta isla desconectada del mundo adulto y tecnológico, son los
mismos niños, con sus inocencias y maldades, ambiciones e impulsos, quienes
tratan de armar una sociedad, la cual cada vez se vuelva más salvaje. En Muerte
en Venecia de Thomas Mann, un escritor busca la inspiración perdida en un hotel
de lujo en Venecia. En La gaviota de Anton Chéjov, un escritor prepara su
próxima novela en una casona de campo en la que varias personas veranean,
mostrándonos lo paradojal de un ambiente festivo con personajes que en el
desarrollo de la historia cada vez se encuentran más solos.
Esas son las tres novelas que recuerdo se contextúan en
vacaciones. Hay más, seguro, pero no las tengo presentes. Me queda la sensación
que en todos hay una búsqueda. En Golding la búsqueda de algo que regule los
impulsos más salvajes; en Mann, un musa; en Chéjov, la tensión entre buscar la
soledad y buscar a los otros. ¿Podremos concluir entonces que las vacaciones
son una búsqueda?
Me animo a decir que el celular simboliza la rutina. Muchos
lo usamos como despertador, tenemos los datos de la gente que nos rodea y los
que están lejos. Allí, en algún punto, viven las personas con quienes nos
comunicamos. Gran parte de las noticias nos llegan por ese artefacto. Nos
enfadamos con los comentarios de personas que ni conocemos. La mayor parte de
nuestro entretenimiento está mediado por el teléfono. Por medio de él
organizamos reuniones, eventos y tantas cosas más. Hay un emoji para cada una
de nuestras sensaciones. Es un monolito sobre el cual circulan muchas de
nuestras rutinas diarias.
En tal sentido creo que vacacionar implica salir de algo de
esa rutina. No hablo de la rutina telefónica. Sino en todo caso de la
cotidianidad que hace ruido e interferencia permanente. El teléfono, insisto,
en algún punto simboliza una obstrucción con sensaciones más profundas, esas
que nos dan sentido. Conectarte con preguntas que hacen a tu propio ser, a tus
propios deseos. Vacacionar no es viajar a la playa, a la montaña o salir de
mochilero. Vacacionar es detener los atascos que impiden pensarte, sentirte. El
trabajo, la inflación, los impuestos, una inversión económica, los turnos
médicos, los horarios estrictos, el estacionamiento medido, entregar informes
en tiempo y forma, rendir un examen, son ruidos diarios que no te dejan
escuchar. Y también pueden serlo las notificaciones del celular. Si pudiéramos
aislar esos ruidos, saldría otra música, la de nuestros deseos e impulsos más
genuinos, la de las palabras, diálogos y preguntas que hacen a nuestra
historia, a nuestro presente y futuro.
A lo mejor vacacionar, salir de la rutina, acallar los
ruidos molestos, sea algo más diario. En mi caso cuando estoy con mis hijas,
quienes le dan sentido a mis deseos. O cuando agarro un libro, o intento
escribir unas líneas. En fin, todo el mundo sabe cuál es la rutina que le
interfiere. Y quizá la búsqueda vacacional de la que hablábamos sea justamente
esa: cómo salir de la rutina, cómo callar esos sonidos tan fastidiosos que no
nos dejan escucharnos. Ahora bien, ¿todo el mundo sabe cuál es la música que se
pierde? Vos que leés esta asociación libre, en tu fuero íntimo, ¿sabés que
significa vacacionar? ¿Cuáles son las preguntas y deseos, impulsos y
sensaciones a los que darías lugar si no fuera por la rutina?
Interesante planteo para pensarnos....yo tengo claro mi paraiso y tambien cuando estoy ahi se que tengo que hacer un corte y salir de ese disfrute para luego poder volver.
ResponderEliminarEs un parentesis.mi trabajo tambien es un bienestar que disfruto y tiene sus necesarios cortes.
Seguro hay un arduo recorrido detrás de ese paraíso al que llegaste. Me alegra muchi
Eliminar