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Poe y una especie de extrañeza familiar

Texto originalmente publicado en Corriendo la voz el 2 de diciembre de 2017 


Cuando yo era adolescente no existía la literatura infanto-juvenil. Hoy vas a una librería y ves un montón de chicos y chicas de 13 o 14 años revisando libros. Vendrán, quizás, los pruritos de la literatura a criticar la calidad de dicha literatura. A lo mejor, tengan razón. Pero esa cantidad de pibes detrás de un libro es un motor que, auguro, llevará a un desarrollo muy positivo de la literatura, con más lectores y nuevos escritores. Insisto, en mi adolescencia eso no pasaba. Corrían los dorados noventa -antes de la masificación del género young-adult con Harry Potter– y si te gustaba leer, te la tenías que rebuscar entre libros para niños y niñas como Elije tu propia aventura, o arriesgarte a crecer entre hombres de barbas y mujeres adultas que leían cosas serias.

Ese riesgo fue el que yo tomé. Mi literatura infanto juvenil fue CortázarBorgesPhillip DickAsimovGarcía Márquez y, especialmente, un señor llamado Edgar Allan Poe. Lo primero que leí de él fue El escarabajo de oro y otros relatos, y quedé impactado. Había allí una posibilidad de trasladarme a otro tiempo y lugar de una manera muy sencilla: las descripciones en esa compilación de relatos no abundaban en detalles innecesarios, sino que con muy pocas oraciones me sentía en el siglo XIX de Estados Unidos. Por otro lado, mi sensación era que al final de cada uno de sus relatos se resignificaba toda la historia. Misterios que se resolvían en unas líneas finales, pero que ya estaban prefigurados desde el inicio del mismo cuento. Sí, El escarabajo dorado y otros relatos fue un camino de ida.

Desde aquella primera lectura de un jovencito con remera de Los Redondos y morral estilo hippie pasaron muchas cosas hasta hoy. Sin embargo, Poe siempre está. Cuando escribo, cuando leo autores contemporáneos, siento que la influencia de Poe está viva, que pese a los años transcurridos desde su muerte en 1849 su estilo se hace una y otra vez presente de alguna misteriosa forma. De allí, desprendo la obvia pregunta de ¿por qué? Interrogante que motiva este escrito.

Dicen los que saben que el estilo de Poe es, fundamentalmente, gótico, pero apuntalado en lo psicológico del personaje. Es decir, que mediante la inclusión del factor psicológico, Poe revolucionó al cuento de terror. Agregan también que creó el policial y el cuento corto.

Más allá de lo que digan los expertos, quisiera centrarme en esta sensación que los relatos de Poe siempre me produjeron. Me refiero a una especie de extraña familiaridad. Tomemos por caso el relato William Wilson. Allí entramos a la historia de un jovencito cuya vida es bastante normal, de hecho hasta parece feliz. Sin embargo, determinados hechos poco éticos de nuestro protagonista hacen que la historia vaya tornándose más espesa, incluso cruel. Gradualmente, Poe nos saca de un territorio cómodo, zona de confort que le dicen, y nos deposita en un mundo de pesadillas cada vez más torturantes. No obstante, esas pesadillas tienen también el peso de lo familiar: en eso terrible que vive William Wilson reconocemos algo nuestro, encontramos una especie de monstruo dormido que nos habita. Y si bien menciono uno solo de los relatos de Poe, coincidiremos que algo de ese estilo es permanente en su obra.

Es ahí donde encuentro que la literatura actual está bajo influencia de Poe. Por lo menos la que a mí me gusta leer. Esas historias que trastocan la realidad y nos producen cierta extrañeza. La extrañeza de lo propio, eso que ocultamos de nosotros mismos, ese terror psicológico que no vienen de ningún monstruo sino que habita en nosotros, en nuestra propia vida. Llámenla fantástica, terror, realismo mágico, ciencia ficción, drama, pongánle la etiqueta que quieran. Pero cuando el arte se expresa de forma contundente, te afecta de alguna manera, te llega, te conmueve ideas, sentimientos, hasta al cuerpo mismo afecta. Y eso creo es el legado de Poe. Libros que cerrás, puntos finales de un relato que sin embargo no son tales, sino que te conmueven de tal forma que te generan, justamente, una sensación de extrañeza por lo propio, una especie de ajenidad interna. Cuando leo un libro que algo de eso me provoca, creánme que, otra vez, soy ese jovenzuelo en la biblioteca municipal buscando nueva literatura y encontrando a Edgar Allan Poe.

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