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El bar

Se podría recurrir a ingenuas comparaciones y absurdas analogías, como que de levantar la quiniela pasaron al diezmo y la limosna; o que de la ginebra y el licor Legui fueron a bendecir el vino para la misa; o que del pool, el sapo y el truco se deslizaron hacia el bautismo y la comunión. Pero insisto, sería ingenuo, superfluo y carente de la metaforización buscada. ¿Cómo es que el lugar que las viejas del barrio odiaban, porque al pasar les gritaban pavadas injuriosas, se convirtió en un lugar por ellas mismas venerado a la hora de juntar ropas para los pobres? Aunque si uno lo piensa bien, el verdadero odio de las viejas provenía de que el bar les quitaba a sus maridos. Los tipos volvían de laburar en el campo y no querían escuchar las pavadas de la novela de turno de Andrea del Boca o las quejas de las maestras por los traviesos hijos. Entonces ahí se construía la verdadera misión del bar, opción evitativa frente a los malestares diarios, escape de posibles querellas marital