Mirá que la pelié. Llegué primero y ocupé las mejores posiciones. Cubrí todos los flancos con las armas indicadas para ese momento iniciático: Nirvana for baby, Stones for baby, Ramones for baby, Led Zeppelin for baby y un montón de mis bandas preferidas for baby. A los tres años Sofi ya identificaba con los primeros acordes Eti Leda, Ana no duerme y Bajan. Para esa altura coreábmos canciones de Los Heavysaurios mientras simulábamos una especie de pogo al grito de Quiero leche. La victoria estaba ahí, se la saboreaba. Sin embargo hoy reconozco que subestimé a mi eenemigo.
Este sábado a la mañana, mientras el desayuno se estiraba en la cama, Sofía pidió ver algo en Netflix. Propuse distintas opciones pero ella sólo quería una cosa: Soy Luna. Así que no sin cierta reticencia acepté la propuesta. Creo que mi mandíbula cayó al suelo cuando la vi bailar una insípida coreografía, junto a otros insípidos adolescentes con peinados prolijamente desprolijos que incitaban desde la pantalla cantar letras vacías y huecas. La protagonista, esta Soy Luna, es una jovencita que canta y baila en patines sus pericias teenagers por ser aceptada por chicas rubias, simpáticas y con plata y muchachitos atléticos y con ropa planchada que no corresponden su amor. Lo vomitivo no sólo queda ahí sino que el panorama apocalíptico se completa con el pop berreta y artificial que canta nuestra Soy Luna.
Y así caí en la cuenta que algo de lo que yo le quería transmitir, algo que yo le milité desde muy chica, moría. Un enemigo me atacaba por donde yo no lo esperaba. ¿Habrá sido un movimiento de tenazas como el de Hitler con Francia? ¿O el inesperado cruce de Los Andes por parte de San Martín? ¿O una especie de desembarco en Normandía? No lo sé, si ni siquiera sé la identidad de mi enemigo.
Podría mencionar a la cultura. O a la posmodernidad. O a la producción de subjetividad neoliberal. O al debilitamiento de la figura del padre. O teorizar vaya a saber qué.
En Carta al padre Kafka se dedica a reprocharle a su viejo su hipocresía y descalificación permanente. En Hamlet el padre es un fantasma con sed de justicia, o venganza. Para Borges su padre entrañaba una estirpe guerrera y valiente que él no poseía. En La uruguaya de Mairal, la paternidad agota, cansa, hasta es cuestionada. Y así podría seguir enumerando casos literarios sobre la paternidad. Pero me da la impresión que el conflicto siempre está dado porque en ese vínculo entre padres e hijos hay algo incontrolable, impredecible. Y ese, creo, fue mi error.
Así que si lo pienso en serio, mi enemigo fui yo mismo. Ya que en definitiva no pude aceptar que incluso en la paternidad hay algo que no tiene que ver ni con padre ni con hijo. Querramos o no formamos parte de algo que está más allá de nosotros, de nuestras intenciones. Hay un mundo que hace que los hijos, por más marcas que arrastremos de nuestros padres, seamos distintos y hagamos caminos al caminar, al soltar la mano. Supongo que Soy Luna es eso, una posibilidad para que Sofi encuentre sus placeres musicales y yo disfrute los mío. Mi claudicación, en una de esas, sea la condición necesaria para que ella se invente caminos musicales más genuinos, más propios.
Eso sí, ahora será Elena quien tendrá que bancarse esa música que reemplaza tradicionales canciones de cuna.
Este sábado a la mañana, mientras el desayuno se estiraba en la cama, Sofía pidió ver algo en Netflix. Propuse distintas opciones pero ella sólo quería una cosa: Soy Luna. Así que no sin cierta reticencia acepté la propuesta. Creo que mi mandíbula cayó al suelo cuando la vi bailar una insípida coreografía, junto a otros insípidos adolescentes con peinados prolijamente desprolijos que incitaban desde la pantalla cantar letras vacías y huecas. La protagonista, esta Soy Luna, es una jovencita que canta y baila en patines sus pericias teenagers por ser aceptada por chicas rubias, simpáticas y con plata y muchachitos atléticos y con ropa planchada que no corresponden su amor. Lo vomitivo no sólo queda ahí sino que el panorama apocalíptico se completa con el pop berreta y artificial que canta nuestra Soy Luna.
Y así caí en la cuenta que algo de lo que yo le quería transmitir, algo que yo le milité desde muy chica, moría. Un enemigo me atacaba por donde yo no lo esperaba. ¿Habrá sido un movimiento de tenazas como el de Hitler con Francia? ¿O el inesperado cruce de Los Andes por parte de San Martín? ¿O una especie de desembarco en Normandía? No lo sé, si ni siquiera sé la identidad de mi enemigo.
Podría mencionar a la cultura. O a la posmodernidad. O a la producción de subjetividad neoliberal. O al debilitamiento de la figura del padre. O teorizar vaya a saber qué.
En Carta al padre Kafka se dedica a reprocharle a su viejo su hipocresía y descalificación permanente. En Hamlet el padre es un fantasma con sed de justicia, o venganza. Para Borges su padre entrañaba una estirpe guerrera y valiente que él no poseía. En La uruguaya de Mairal, la paternidad agota, cansa, hasta es cuestionada. Y así podría seguir enumerando casos literarios sobre la paternidad. Pero me da la impresión que el conflicto siempre está dado porque en ese vínculo entre padres e hijos hay algo incontrolable, impredecible. Y ese, creo, fue mi error.
Así que si lo pienso en serio, mi enemigo fui yo mismo. Ya que en definitiva no pude aceptar que incluso en la paternidad hay algo que no tiene que ver ni con padre ni con hijo. Querramos o no formamos parte de algo que está más allá de nosotros, de nuestras intenciones. Hay un mundo que hace que los hijos, por más marcas que arrastremos de nuestros padres, seamos distintos y hagamos caminos al caminar, al soltar la mano. Supongo que Soy Luna es eso, una posibilidad para que Sofi encuentre sus placeres musicales y yo disfrute los mío. Mi claudicación, en una de esas, sea la condición necesaria para que ella se invente caminos musicales más genuinos, más propios.
Eso sí, ahora será Elena quien tendrá que bancarse esa música que reemplaza tradicionales canciones de cuna.
😀
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