Se estrenó la nueva película de Matrix. Aún no la vi pero ya coordiné con amigos para ir al cine. La sensación que tengo es rara, pues por un lado me ilusiona una nueva historia de la saga, aunque también tengo la casi certeza de tropezar con una misma piedra.
El adolescente que fui allá por el 99 salió del cine desconfiando de todo lo que había alrededor. Tenía una sensación de duda sobre cualquier cosa. Matrix lo había hecho. Esa realidad, hasta el momento tan evidente, me mostraba su costado más incierto. Los sentidos eran falibles. La verdad, arena en la mano. Luego vendrían Platón, Descartes, Freud, Borges y, especialmente, la ciencia ficción dándole un nuevo sentido a Matrix y a esa sensación de una realidad no tan objetiva. Ya que la realidad se convertía en una construcción no desde una conexión a una computadora, sino más bien desde lugares sociales, subjetivos y demás. Por ende, si había una, también había otras realidades posibles. Por lo tanto creo que Matrix es la película más importante en mi vida.
Notarán que estoy hablando de Matrix. No de la trilogía. Ya que estos dilemas respecto a la realidad no estaban presentes ni en la segunda ni tercera película. O, acaso, a cuenta gotas. The Matrix Reloaded y The Matrix Revolutions eran historias, con inicios, desarrollos y finales, quizá con argumentos que podían gustar más o menos. Pero no implicaban la posibilidad de cambiarle el mundo a una persona. Quizá los hermanos (en aquel tiempo eran hermanos) Wachowski habían dejado la vara muy alta. Eso sucede. La opera prima de Orson Welles fue Citizen Kane, acaso una de las mejores de la historia del cine. ¿Cómo habrá sido para Welles proponerse una nueva película? Re leí a Borges en el orden cronológico en que él escribió, y la diferencia entre sus últimas obras y las de las décadas del cuarenta y cincuenta son notorias. Pero eso no hace que sus últimos libros sean malos, sino en todo caso la inevitable comparación con el brillante primer Borges le resta puntos. A lo mejor algo de eso pasó con la segunda y tercera película de Matrix, tan sólo una vara muy alta.
¿A qué voy con esto? A que una gran película deja abierta que todo lo que venga a posteriori desilusione. Hay notables excepciones, como El padrino o Terminator, cuyas segundas versiones son superiores, al menos desde mi punto de vista. Pero la desilusión es un fantasma presente cada vez que algo brillante sucede. El tiempo lineal tiene esa desventaja, la comparación con lo anterior. Quizá a modo nostálgico, el pasado se vuelve algo inalcanzable, como diría Proust, un paraíso perdido.
Sin embargo, aún a sabiendas de eso que nos previene, insistimos en que lo que venga sea mejor. Le exigimos a un escritor que su nuevo libro supere al anterior. A lo mejor, y a sabiendas de que el futuro puede ser decepcionante, tengamos el derecho de ilusionarnos, de inventarnos un mundo donde otra realidad sea posible, pese a evidencias contrarias. Ir en búsqueda de un paraíso perdido. Quizá por eso ya coordiné con amigos para ir a ver la nueva película de Matrix. Acaso nada de lo que pienso sea cierto, y las hermanas Wachowski hayan preparado una película donde pueda dudar hasta de mis sensaciones más internas, como la certeza de estar listo para una nueva desilusión.
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